
Historia
Historia
Las personas acostumbran llevar a sus perros a los parques. Estos lugares suelen ser muchas veces, un lugar de descanso, de desconexión. Aunque en ocasiones sólo es un lugar de paso. Caminas por él para poder llegar a otro lugar. Pasas de él. Olvidas el encanto que tiene y pierdes quizás la oportunidad de que tu día sea diferente, que tenga una pizca más de belleza, sólo porque caminas demasiado rápido.
Algunas personas curiosamente, han elegido estar ahí: han salido de sus casas, atravesado calles, llegado al parque, elegido un banco y tomado asiento. Pero sin embargo, están tan abrumadas con sus vidas, que lo olvidan, que olvidan ver, pierden su foco, olvidan por qué habían elegido estar ahí en un principio.
Erika era una de esas personas, ahora discutía por teléfono con su amiga, mientras caminaba en círculos, frente a una banca vacía del parque. - Las palabras son importantes para mí, lo que decides decir, debes decirlo en forma correcta, respetando los tiempos verbales, la sintaxis, la existencia misma de las palabras. ¿Cómo puedo tomar en serio tu explicación, cuándo agregas en ella palabras que no existen? Creo que lo más apropiado es que cortemos la conversación en este momento, es claro que no nos estamos entendiendo.- Un anciano observó cómo aquella joven de saco rojo colgaba el teléfono y lo guardaba en su cartera, a la vez que sacaba un cigarro.
Ella se sienta en el banco y mira al cielo, con la mente enturbiada, abrumada por sus propios pensamientos. - Las palabras existen una vez que alguien las ha pronunciado - le dijo el anciano. El comentario la tomó por sorpresa. Pues no había notado la presencia de su interlocutor, un viejo de barba grisácea y abundante, un señor que llevaba vivo mucho tiempo sin dudas, y que ahora ocupa un lugar en la banca en la que ella acababa de tomar asiento. Un lugar que hasta hace un momento estaba vacío.
No paró en ese detalle, asumió que simplemente no lo había notado. En definitiva estamos tan acostumbrados a no ver, que hemos perdido nuestra capacidad de asombro. Tampoco le molestó la imprudencia de aquel hombre, había un encanto particular en sus palabras.
- Si lo piensas en detalle, la primera vez que se ha pronunciado cada palabra que está saliendo de mi boca ahora, ha sido por personas que nunca antes las habían escuchado de alguien más. El nacimiento de una nueva palabra es algo hermoso y triste a la vez. Pues ella no es aceptada hasta que la hayan pronunciado tantas veces que deciden asignarle un significado. ¿Cuánto tiempo habrá pasado para que la palabra amor sea considerada una palabra?, ¿Cuántas veces la habrán pronunciado antes de ser aceptada? ¿Cuántas veces otros la habrán negado?, ¿No te parece injusto?, ¿Acaso tú debes ser vista por incontables personas antes de existir, o ya el simple hecho de nacer garantiza tu existencia? - La joven se sintió acongojada ante aquella extraña reflexión. Ahora sentía pena por las palabras que no eran aceptadas, ¿no era eso algo absurdo?
Sin esperar que la joven respondiera a todas estas preguntas o siquiera que terminara de procesarlas, el anciano procede a contarle una historia: Juana desde pequeña recortaba imágenes de personas de las revistas que su madre compraba semanalmente, y las pegaba en su cuaderno. Debajo de cada persona que agregaba a su cuaderno, había una breve descripción: "Noemí vestía únicamente calzado rojo, no le gustaba otro color, sandalias, zapatos de taco alto, botas, modelos de todas las clases, pero todos de un sólo color". Pasado el tiempo, comenzó a pegar las imágenes formando parejas: "Miranda y Héctor se conocieron en una cafetería. A Miranda se le había averiado su computadora y Héctor, la ayudó a arreglarla". Al principio eran historias sencillas, aunque escritas de una forma muy ordenada, para una niña de su edad, que apenas conoce las palabras. - El anciano mira a lo lejos, una pareja camina por el parque, tomados de la mano, ambos observan cómo su hijo, un niño de unos 3 años, camina con pasos torpes. El anciano, dejando salir el aire de sus pulmones lentamente, continúa. - Juana, de a poco, se fue enamorando del amor. Ahora Miranda y Héctor ya no eran dos personas que simplemente se conocieron en una cafetería y nada más. Miranda y Héctor se casaron, recorrieron el mundo, tuvieron hijos, vivieron vidas largas y llenas de altibajos, Miranda y Héctor envejecieron, murieron… - El anciano, que aún miraba a la familia del parque, voltea la cara y mira a Erika a los ojos, esbozando una hermosa, aunque casi imperceptible, sonrisa - Miranda y Héctor existieron. - Agregó finalmente.
La joven de saco rojo, aún tenía el cigarro en su mano, pero éste ya se había consumido solo hace rato. Ella había dejado de fumar cuando él comenzó a contar la historia.
Erika estaba aturdida, sus emociones eran una mezcla de confusión y asombro. Lo que acababa de pasarle carecía de lógica. Aquel desconocido sabía su nombre. Y tuvo la sutileza de no pronunciarlo para no asustarla. Pero, ¿por qué?, ¿Quién era él? ¿Y cómo sabía quién era ella?
El anciano le contó la historia de Juana y, aunque su nombre era Erika. Aquella historia era su historia. ¿Por qué este señor había decidido contarle esto? Y, a pesar de todo, ¿por qué no le daba miedo su presencia? Él sin dudas la conocía y sabía de la existencia de los cuadernos. Pero ¿cómo era eso posible?
Lo contempló con extraña calma, su desconfianza se desvaneció como humo, tan rápido como había llegado. No tenía miedo, tampoco tenía ganas de preguntarle por qué conocía su historia ni si realmente sabía su nombre, como ella lo había supuesto.
Se sintió invadida por una extraña paz que emanaba de su interior. Era una sensación muy conocida para ella, era exactamente la misma sensación que sentía cuando escribía.
El control del ritmo que tenía este hombre sobre cada palabra que pronunciaba, era hipnótico, casi mágico. Sentía que podía escucharlo por horas, cada palabra que pronunciaba, resonaba en su interior como si saliera dentro de su cabeza.
- ¿Miranda y Héctor existen? - Le pregunta el anciano, con la misma calma con la que le ha contado su historia. - Si - Responde la joven, sin pensarlo. Miranda y Héctor se conocieron en un café y fallecieron en su vejez, uno seis meses después del otro. Ella había creado su historia, cada momento memorable de su vida, ella lo había creado. Por supuesto que existían.
- ¿Realmente crees en ello? - Increpó sutilmente el anciano - Si - Respondió ella suavemente, sin agregar una palabra más a su respuesta. Sentía que no era necesario. Sabía que no era necesario. - Entonces, es por eso que estoy aquí - Dijo él. Erika lo miró extrañada. No le había preguntado nada. Sólo cuando escuchó su respuesta, notó que ella se estaba preguntando a sí misma, por qué él estaba ahí…
Erika se levantó de su asiento, miró al anciano e hizo una amable reverencia, despidiéndose de él. Partió caminando lento, observando con detalle las cosas a su alrededor. Erika fue consciente de su entorno ese día. Se fue cuando sintió que debía hacerlo. La conversación había terminado. Ella no tenía nada más que decir. Él ya había contado lo que debía contar.
A la mañana siguiente, Erika pasó por el parque y contempló con extraña melancolía la banca ahora vacía. Sentía que aquella conversación había pasado hace años, quizá incluso en otra vida.
Cuando pasó por el parque, sabía que no encontraría al anciano. Sabía que jamás lo volvería a ver. Estaba segura de ello, aunque no sabía de dónde venía tal certeza, pero nunca se lo cuestionó tampoco. Simplemente guardaría ese extraño recuerdo en su mente: La mañana en la que terminó de escribir su cuento, un señor le contó su historia, la historia que ella había creado.
¿Cómo habrá sido el nacimiento de la primera palabra? No puedes explicar su origen, sin hacer uso de ellas. Son una paradoja en sí mismas. Existen por el mero hecho de que alguien las pronunció alguna vez. Y alguien las pronunció alguna vez porque existen.
En el parque, donde hoy está la banca, antes había una roca, una roca que con el paso de los siglos se fue haciendo cada vez más pequeña, pero siempre fue lo suficientemente grande como para permanecer inmóvil a pesar de las grandes lluvias, las grandes tormentas, los grandes sismos que habían atravesado aquel territorio, a lo largo de la historia.
Los creadores del parque, movieron la roca con una grúa, sin tener idea de cuánto tiempo llevaba ella ahí. Sin saber que ella estaba ahí desde tiempos más antiguos que los propios números.
El anciano permanece ahí sentado en aquel lugar, incluso desde antes de que la roca estuviera allí. El anciano ha estado ahí desde siempre. No tiene edad ni vive en ningún tiempo. Permanece sentado allí y a veces te cuenta una historia, pero sólo si realmente crees en ella.
Algunos lo han ido a buscar de nuevo, le han llevado regalos, ofrendas, pero nadie jamás lo ha visto dos veces.
¿Era acaso un Dios?, ¿Un ser eterno y poderoso?
¿Cómo debe ser un Dios? ¿Qué es lo que hacen?, ¿Cuál es su propósito?, ¿Cómo puedes identificar a uno cuando lo ves?
Jamás nadie pudo entregarle un obsequio, nadie lo ha visto dos veces. Aunque él siempre está ahí. A veces es un hombre, otras es una mujer. Unas veces elige ser un niño y otras un anciano. Él es todos y ninguno a la vez.
Y sólo lo han visto quienes realmente creen en él, en su existencia, en la existencia de la Historia. Pues es que él es Historia.